podcast banner
Diario de una Amazona (con Celia Blanco @latanace)
Podcast gratuito

Diario de una Amazona (con Celia Blanco @latanace)

Podcast de MTVRX Producciones

Este es un podcast gratuito, que puedes escuchar en todos los reproductores de podcasts. Puedes acceder a todos los programas gratuitos en la App Podimo sin necesidad de suscripción.

Diario de una Amazona es el primer podcast producido por MTVRX Producciones. Es una serie de capítulos donde la periodista y escritora Celia Blanco (ex presentadora del programa de la Cadena SER Contigo Dentro) habla ella misma. Será un diario en el que nos contará cómo es su vida más íntima, después de años siendo una MILF, madre deseada sexualmente. Ahora, con 50 años se erige en amazona, en una mujer fuerte que galopa sobre la grupa de sus amantes. Un diario íntimo, sincero y sexual para escuchar con cascos. Podría hacerlo de otro modo, no confesando. Pero si confieso me desnudo al hacerlo. Y noto las manos de mis amantes acariciándome el cuerpo entero. Quiero que sea un diario, una cita semanal en la que pueda recrearme en todo lo bueno que pasa entre mis piernas para sentirlas, de nuevo, temblar. Soy una amazona, una mujer libre, una mujer plena, una mujer segura de lo que necesita para seguir viva con toda esta intensidad. Una amazona siempre se levanta cuando la destrozan, recupera la compostura y se planta, de nuevo, ante quien haga falta. Una amazona sabe que lo mejor que tiene es a ella misma. Y así, solo así, puede con todo. Soy la perfecta amazona que quiere que sepas cómo le gusta follar... No vaya a ser que tengamos la suerte de cruzarnos y perpetremos todos nuestros deseos, esos que no contamos a los demás. 😍 

Otros podcasts exclusivos

Tu oferta:

Acceso ilimitado a todos los podcasts exclusivos
Sin anuncios
Descubre miles de audiolibros
Después de la prueba $99.00 / mes. Sin compromiso

Todos los episodios

37 episodios
episode T02XE35 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - El Experimento (que no salió) artwork
T02XE35 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - El Experimento (que no salió)
T02XE35 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - El Experimento (que no salió) Cuando quise que me quisieran y no lo hicieron Me gustó, que lo primero que hiciera nada más verme fuera besarme. Abrazarme y besarme en una sana proporción que me hizo sentir bien. Querida. Esperada. Mi tren no había podido llegar por culpa de los destrozos de la Dana de turno y, como soy tan exquisita, lo eximí de que fuera a buscarme a la estación, tal y como habíamos quedado. Donde estaba obligado a besarme. Se lo había dicho: “si vienes a la estación tendrás que besarme; tú mismo”. Desde el principio dejamos claro que sería un experimento al mismo tiempo que nos halagábamos y calentábamos. No demandó demasiado desnudo, cosa que agradecí, no porque no me gusten, porque aún me cuesta verme. Recuerden, yo tengo las tetas feas. Pero desde que estoy en el Cuartito Oscuro, mi autoestima va mejorando. Porque en la terapia de grupo nos marcamos un fototetas y hacemos no solo que nos veamos, sino que nos alabemos. Empezamos a gustarnos… Llevamos más de un año. El caso es que me presenté en la casa en la que estaba el susodicho. Apartamento. Una única habitación. Mucha luz. Decoración minimalista muy bonita. Mobiliario todoterreno pero estiloso. Una bendición. Abrió la puesta me abrazó y me besó. Qué bonito, esto, Caballero. Llamaremos caballero a, este, mi último amante, porque es, además, el hombre de más edad con el que he tenido sexo. La primera vez hace diez años. Una cosa esporádica, fortuita y divertida que, por supuesto, ya les he contado en, este mi podcast del alma. Y él lo escuchó. Y le gustó. Y me mandó un mensaje lindísimo agradeciéndome que escribiera tan bonito de nuestro encuentro. — ¿Dónde estás? Voy a Madrid cuatro días. “Por este mes, estaré aquí”, escribió en el chat. — ¡Qué bien!— Pensé. Y decidimos regalarnos esos cuatro días para nosotros. Para vernos. Para contarnos. Para intentarlo. “Solo 4 días. No voy a ser ni tu novia ni tu amante fija”, le dije en un mensaje. “No quiero”, contestó. Era perfecto. Me gustó cómo me recibió y lo fácil que fue todo. Un beso despacio, largo en la puerta de su apartamento,donde llegué con una maleta y una mochila repleta de cosas ricas de Almería para las cenas. La vena de cuidadora que no falte, con lo mona que quedo comiendo en la calle pero deduje que aquel no querría pasearme por Malasaña; que yo supiera, tenía pareja desde hace años. Pero no pregunto. Yo dejo. Y entré en un apartamento en el que vivía solo y en el que no parecía que hubiera necesidad de más cepillos de dientes en el cuarto de baño. A mí me encantó. Me desnudó rápido. Me quiso pronto y me tuvo inmediatamente porque yo venía a eso, a estar 4 días con un amante. Se quitó la camisa, blanca, impecable, y lo vi extremadamente delgado. No lo recordaba tan flaco. El verano no ha sido su mejor momento por el color cerúleo que lucía, contraste con mi moreno cabogatero. Me besó y besó. Hasta comerme todo lo entera que se me puede comer. Abrió mis piernas y lamió con cuidado, sabiendo perfectamente cómo hacerlo y haciéndolo. Este ha estado años con una buena mujer que ha invertido horas en no quedarse a medios. A la que el resto de la humanidad le agradecemos su generosidad. Lo comía bien. Pero yo no me corrí. Disfruté, sí, me lo pasé bien, también. Pero no me corrí. No consiguió que llegara donde llego con otros amantes. Me gustó mucho su polla. Recia. Gorda. Tamaño medio pero potente. Me sorprendió por la edad, siempre he pensado que los sesenta es una edad maldita. Pero no. No lo es. No lo es en absoluto. Me gustaba follar con él, claro que me gustaba. Gemía yo más, porque soy más exagerada. Él murmura, no habla, susurra sus dudas, no las manifiesta. En todas las conversaciones que pudimos tener dejamos constancia de lo poco que nos parecíamos. En pensamiento, palabra y obra. Pero sin culpas. Chupársela fue una delicia. Porque era preciosa, porque estaba dura, porque me cabía entera hasta el fondo y porque era importante sin ser descomunal lo que hacía que apeteciera mucho más. Me gustó su piel, inmaculada ella, me gustó que tuviera un defecto en la nariz y que se lo tocara continuamente, entendí que no estuviera pendiente de mí y que pareciera huir de todas las demostraciones excesivas. Con lo excesiva que soy yo. Pero la frialdad era evidente. Parecía que le costara quererme. Parecía que me quisiera transparente. Él me quiso y me quiso bien. Bebiéndome entera, comiéndomelo muy muy bien. Sin conseguir que me corriera y contemplándose intentarlo con la polla. Que tampoco. Pero me gustó. Me gustó. Me gustó porque era un complemento a lo que había ocurrido diez años antes. Me gustó porque su polla era de esas que son plenas, que mira que es difícil encontrarlas porque a todas les encuentras huecos… Salimos a tomar algo. Yo tenía hambre de Madrid y él se dejó. Me fijé en que, si yo me paraba, él avanzaba unos pasos para que no se nos viera juntos o tuviera que presentarlo. Yo, en Madrid, toda divina y preciosa, paseada por alguien que querría que no me miraran mucho. Llegamos a la taberna de mis amores, pedimos media botella, unas chacinas, cuarenta minutos escasos y regreso. Ni un beso. Ni un gesto de cariño. Una conversación espléndida aunque de verborrea ande escaso, pero yo soy un torrente… más si le pongo ganas. Y ver a este hombre me apetecía. Lo admiraba, cosa mala cuando hablamos de amantes de los que no puedes engancharte… Yo no quería engancharme de él. Solo quería ser su cosa bonita 4 días. Solo. Cenamos en un oriental a dos pasos de su casa, de estos que tienes poca carta y eso los hace especiales. De ahí, directos a su precioso salón. Sin alcohol. Sin nada más que nuestra compañía que helaba cualquier atisbo de deseo. No me deseaba. Se le notaba. — ¿Qué te pasa? ¿Qué hay mal? — Hay que ya no estoy con mi mujer. Desde hace un mes. Me quedé helada. — ¡¿Qué?! No me digas eso, por favor… ¿Soy la primera con la que te acuestas después de ella? — Sí. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! No me importa nada ser una más de la larga ristra de quienes me gustan. No tengo problema. Pero no quiero ser la primera con la que te acuestas después de que tu relación se acabe por una cosa muy sencilla: estarás frío. Querrás ordenar tu cabeza. Descubrir los sentimientos que te quedan hacia esa persona que fue el epicentro de tu vida. Y no es solo ella. Es su familia. Es sus manías. Es su manera de hacer el pulpo a la gallega, es su alegría en todas las fiestas, son los besos que te dieron por las esquinas y lo bien que asumiste envejecer a su lado… Con ella.. Cuando la persona con la que te has visto vieja desaparece de tu vida, da igual quien lo haya decidido, tu vida explota. Y reconstruirse lleva mucho tiempo y mucha ayuda. Me dio igual que dejaran de quererme; lo entendí. Lo que nunca asimilaré es que quisieran hacerme daño; si la primera persona con la que yo hubiera estado después de mi marido me hubiera hecho lo más mínimo, yo me habría muerto. Ser la primera… No, no quiero. Le dije que me hubiera gustado saberlo antes de ir, me levanté, le di un beso y me fui a la cama. Mi camisón era lo más lencero que pude. La cama, una maravilla de esas que tienen los que tienen dinero, era muy cómoda, pero yo necesité cogerle el punto. De lado, con la esperanza de que me abrazara por detrás y durmiéramos así. Oliéndonos. Vino a la cama, claro que vino. Y hasta me quiso. Me quiso bien. Me quiso tan bien que se puso a tres palmos de mí. Mirando al techo. Completamente quieto. Respirando despacio. Acariciándose la yema de los dedos. Me desperté temprano, debían ser las cinco o así. A mi lado no había nadie. Abrí la puerta del salón y lo vi en la cama del sofá enorme en el que me había comido el coño la tarde anterior. Volví a la cama y me acosté. A las diez estaba arriba para ir a desayunar. Qué bueno vivir en el centro y que haya café en cualquier sitio porque yo, que ni siquiera como ya nada por la mañana, necesité el café con leche enorme para poder despedirme, de nuevo con un beso y desaparecer. Yo tenía una mañana preciosa. Una mañana pidiendo dinero, suplicándolo más bien, para saldar la herida abierta en canal que tengo, esa que no me deja respirar. Yo perdería mi casa a finales de mes a menos que consiguiera 60 mil. Y los conseguí. 60 mil justos. Me los presta mi abogado, un señor empeñado en que el mundo sea menos raro y menos malo. Tuvimos la reunión en madrid, él, de Lisboa, yo de Almería. Aquella era la mejor noticia posible. Me había empeñado en estar con aquel amante por eso. Porque querría celebrar haber conseguido el dinero para devolvérselo a su propietario y que salga de mi vida para siempre jamás. Quitarme la puta losa del chulo al que mantuve y que me traicionó. No por irse con otra, me alegro de que lo quieran. Lo necesita. Quería celebrar que aquel saldría para siempre jamás porque ya nada le uniría a mi vida, ni nuestro hijo, demasiado mayor como para no tomar partido. Y pensé que aquel amante, una botella de Cava Premium, regalo de Navidad de alguien que me quiere a ratos, para querer a alguien a quien no quería más que ese rato. Llegué a casa parándome en todos sitios. Carne para que comas como te gusta, dos botellas de vino y un ramo de girasoles, que me gustan mucho. Así regresé al apartamento de aquel amante que la primera noche se había ido a dormir al sofá. —Te mueves demasiado. —Hasta que me duermo, que entonces muero. — No lo soporté. Llegué contenta y esperanzada. Podíamos hacer una cena chula, brindar por los triunfos y follaríamos, seguro, seguro que sí. Puse los girasoles en un jarrón precioso de diseño nórdico me di la vuelta, lo abracé y lo besé. Y entonces lo dijo: — Tanita, ven. Quiero hablar contigo. Lo escuché sin decir nada. Pudo explicarme bien que no se encontraba bien conmigo cerca. Que no sabía qué echaba de menos tanto como para no poder besarme a mí. Que lo incomodaba cuando estaba en la casa. Lo entendí tan bien. Normal, hijo. Hace mes y medio que te has dejado con la mujer con la que pensaste que morirías. Por muy mona que yo sea, por muy maja, ese sapo lo tienes que tragar tú solo. No con una pululando en pelotas. — Lo entiendo. No te preocupes, lo entiendo. Te incomodo a cada paso. Lo entiendo. Mientras hablaba recogía mis cosas y rehacía la maleta desecha solo el día anterior. Había puesto una lavadora y, con estos sudores, aproveché para lavar lo poco que había usado. Ël recogió toda la ropa tendida, dobló la mía y me la acercó. — Gracias— Musitó. — No te preocupes, lo entiendo. — Yo querría agradecerte todo lo que estás haciendo, que me hayas entendido tan bien y que estés haciendo lo que estás haciendo. Yo tenía que salir de aquel súper apartamento. — No te preocupes, de verdad, entiendo que… — ¡Déjame que te dé las gracias!—clamó— ¡Solo te estoy agradeciendo que hagas esto! Me lo dijo en un tono inapropiado. Le clavé la mirada. Me mordí la lengua. Suspiré. Y seguí recogiendo mis cosas. Imagino que estará acostumbrado a los melodramas. A que ella se mosquee después de haber ido más días a Madrid solo porque dijiste que podía pasar 4 días en tu casa. Supongo que esperabas que me cagara en tu Puta madre o que te obligara a pagarme, qué menos, un hotel. ¿Es eso, Rosarino? ¿En serio? Quiero irme de tu lado porque emanas el mismo sentimiento de fracaso que emanaba yo hace dos años, cuando me dejaron. No sabes qué coño te ha pasado. En qué has fallado. Cómo han podido hacerte esto a ti… ¿Verdad? No, no lo quiero cerca porque escapo de él, apenas. Hace muy poco yo estaba así. Si hubiera sabido que ya no tenías mujer, no habría venido a tu casa. ¿A qué? Me acompañó a la puerta levándome la mochila mientras yo manejaba la maleta. Nos despedimos con un beso bonesto. — SI hay una tercera vez que sea mejor— Le dije al irme. Me pareció una buena frase para poner punto y final a nuestro idilio. Abandoné su calle arrastrando un sentimiento de compasión. Me daba pena, mucha pena. Sabía lo mal que estaba y, lo que no entendía, es qué había querido encontrar en mí; no creo que sea ningún buen bálsamo.. Me senté en la mesa del restaurante chino por inercia. Tenía que pensar. Tenía por delante 3 noches y no tenía dónde dormir. Sí, un hotel, pero yo no tengo dinero para poder ir siempre a hoteles, solo voy a hoteles cuando me los paga la tele y tengo que reconocer, que me mima muchísimo. Mientras comía gyozas y sushi al mismo tiempo hice repaso mental de a quién podía molestar y fui consciente de lo sola que estoy, en realidad. Tengo gente en Madrid que me quiere, pero no me puede hospedar. Hasta que me acordé de él. De Pablo. Uno de los mejores editores que he tenido nunca. Eterno salva culo. Que me acogió en su seno a cambio de medio kilo de azufaifas, unos lomos de sardinas en aceite y unos dátiles madurando aún en su rama, muy almeriense. La morcilla, chorizo y el queso de Serón se había quedado en la otra casa, así que no hubo otra que recoger la botella buena de vino, la que compré. La que me regalaron se la dejé en la casa aquella en la que se sufría. Y llevaba un cava magnífico en la mochila para celebrar lo que yo quería celebrar y que había sido la excusa de que yo quedara con un ex amante que hacía 10 años que no veía. Celebré. Claro que celebré. Celebré con Pablo, con Candela y con Carmencita, celebramos y brindamos por que yo había conseguido los 60 mil euros que le debo a un señor. Nos quisimos y nos cuidamos. Nos dijimos y nos abrazamos. No me sentí sola, que era algo que me daba pavor: conseguir el dinero y no poder brindar con nadie. Llegué a casa con una sensación extraña. Por un lado de decepción porque me hubiera gustado gustarle un poquito más a mi ex amante y haber hecho de esos 4 días juntos un recuerdo precioso. Y por otro de paz por comprobar que se me quiere aunque sea de lejos. Y que siempre podré recurrir a algunos, aunque sean pocos. Aunque pierda un vestido nuevo porque no aparece y no sé en qué casa me lo dejé… Pero, seguro, aparece de nuevo. No volveré a dormir en la calle, como aquella vez que una de mis amigas me dijo que no podía ir a su casa porque estaban todas sus hijas. Hubiera dormido en el suelo. Dormí en el suelo de la puerta de la Estación de Autobuses, así que, mejor con techo. Pero las separaciones, ya lo sabemos, son un motivo más que suficiente para hacer buena limpieza de agenda y de entrañas. He aprendido que quererme no es fácil, tampoco gratuito. Pero no es lo que muchas personas practicaban. Y así, también les he contado el día que mi amante no me quiso y me salvó el que me quería, menos sexo, lo sé. ¿Y qué? Esto no nos va a dejar en el dique seco; somos amazonas: nos levantamos y seguimos.
19 sep 2023 - 21 min
episode T01XE34 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - Carne joven - Episodio exclusivo para mecenas artwork
T01XE34 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - Carne joven - Episodio exclusivo para mecenas
Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! [https://go.ivoox.com/rf/115001801] T01XE34 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Carne Joven Me entró por MetaverxApp, donde entran todas las personas que quieran. Al principio, lo hizo dedicándome palabras preciosas, intenciones sexuales y ganas de saber más de mí. “Tengo 23 años y me mide 23 centímetros”, me escribió. Yo le expliqué que no funcionaban así las cosas, que yo no mantenía contacto con cualquiera y que, el tamaño de su verga me era absolutamente indiferente. Entonces me contó que estaba acostumbrado a las señoras de mucha más edad porque a él quien más lo excitaba era su madre. Este es uno de los grandes temas que trato. En los acompañamientos trato a un joven de 25 años que lleva dos acostándose con su madre y a las sesiones viene hasta la madre porque se sienten tan culpables que es imposible que lleguen a disfrutar de los encuentros. “El pecado es demasiado grande”, dice ella. Y yo le digo que ningún Dios puede meterse en su placer, sea el que sea. Jarkin aspiraba a eso. A follarse a su madre. En su caso, la espiaba cuando iba al baño o a su cuarto a desnudarse. Cogía sus bragas del cesto de la ropa sucia y las olía, escuchaba cuando ella se masturbaba y lo hacía al tiempo imaginando que estaban juntos. Jarkin estaba loco por su madre, un pedazo de señora de 52 años, preciosa, que se desvivía por su único hijo. Del padre no comentó nada, así que di por hecho que no participaba en la ecuación. Jarkin quería saber cómo acostarse con su madre y si, de hacerlo, estaría haciendo algo prohibido. Prohibido. Pecado. Mal visto. El incesto es una de las sexualidades más vilipendiada porque siempre pensamos en el abuso de menores pero, ¿qué ocurre cuándo ambos son ya adultos? ¿Puede un padre acostarse con su hija de 25 años? ¿Y una madre con su hijo de 23? Sobra decir que el tema me parece apasionante y, como investigadora sexual que soy, quise seguir hablando con Jarkin. Me contó que sabía muy bien cuándo su madre se masturbaba porque la oía gemir en su cuarto. Él deseaba ser el que estuviera con ella e imaginaba meterse en esa cama y tener todo el sexo que imaginaba con su propia madre. —Tiene el cuerpo más bonito del mundo, es guapa, divertida, la pena es que yo sea su hijo y no pueda ser su pareja. Pero si ella quisiera… Si ella quisiera lo sería todo. Una mañana me sorprendió tener un mensaje suyo tan temprano. Lo había mandado a las 3 de la mañana, pero yo lo leí a las 7. “Anoche mi madre me dejó que le metiera los dedos”— Apareció en mi móvil. Aquello me descolocó. Hasta entonces, creía estar tratando a un joven que sentía atracción sexual por su madre, pero, en realidad, era un chaval que mantenía sexo con ella. El epicentro de la cuestión era otro. Estuvimos hablando más de una hora. Yo le pregunté cómo se sentía, él estaba pletórico. Aseguraba que le había encantado notar la humedad de su madre, escuchar sus gemidos al ritmo de sus dedos y hacerlo como ella le indicaba hasta conseguir que se corriera en sus manos. Jarkin se sentía muy poderoso después de aquello. —NO ha querido que durmiéramos juntos, pero para mí es como si ya formara parte de su ser. Jarkin se había eregido ya en amante y aspiraba a que lo que había sucedido se repitiera muchas más veces. Pero la madre no pensaba lo mismo. Para la madre, parecía que había sido un error fruto de un calentón mal apaciguado. Lo cierto es que su hijo la había masturbado y ella se había corrido. Jarkin estaba tan emocionado que no dejaba de contármelo: — Yo solo hice ruido para que ella supusiera que la estaba oyendo, entonces, me llamó. Me explicó que necesitaba darse placer porque estaba sola y es demasiado joven como para conformarse. Y yo le dije que siguiera. Que me gustaba que lo hiciera. Entonces cogió mi mano y la puso encima de su coño. “Hazlo tú”, me dijo. Jarkin siguió las instrucciones de la madre. “No tan deprisa”, “más en oblicuo”, “sube los dedos”… “Ahí, ahí, ahí” hasta que se corrió. Yo no era capaz de imaginarme una situación así con tu hijo, pero entendía que Jarkin, con 23 años era un adulto teniendo sexo con otra adulta. Que fueran madre e hijo era una casualidad del destino. Podría haber pasado perfectamente con una vecina, con una desconocida, pero había ocurrido con su madre. Eso le confería un extraño poder de conquistador y, en su caso, ni un poquito de remordimiento. Jarkin quería ser el amante de su madre. Durante algunas semanas las cosas se sucedieron como en cualquier otra casa. Jarkin actuaba de hijo y su madre de progenitora. No tenían sexo pero tampoco hablaban de lo que había ocurrido. Yo le aconsejé que hablaran. Que debían analizarlo aunque solo fuera para saber qué más podía suceder, pero ellos se resistían. Ninguno hablaba del tema. Había ocurrido y querían disfrutarlo en la intimidad. Jarkin se calentaba por momentos. Cada mensaje estaba más excitado, su imaginación se desbordaba. Describía cómo le iba a comer el coño a su madre en cuanto pudiera. —Abriré sus labios y lameré su clítoris. Meteré los dedos a la vez; un día riendo la escuché decírselo a una amiga: “A mí que me metan los dedos mientras me lo comen”. Jarkin estaba convencido que sus 23 centímetros donde mejor podían estar era en el coño de su madre. Y allí que se fue. Hasta dentro. Fue una noche que su madre había tenido un día de mierda en el trabajo. Se dejó caer sobre la cama vestida, con los brazos en cruz, a mirar al techo. Le caía una lágrima pero aguantó el sofoco. Jarkin se tumbó a su lado y empezó a acariciarle el brazo. — ¿Qué ha pasado? ¿Qué mierda ha sido hoy? L madre no podía más. NI habló. NO quiso explicarle cómo la habían humillado por no haber sabido limpiar bien la máquina de café. Ella no lo hacía nunca. Lo suyo eran las cámaras, las tenía que cargar. Pero hoy se habían empeñado en que lo hiciera ella. “Tienes que saber hacer de todo, guapa”. El guapa era lo que más le había dolido. Pero no se lo contó. Se lo guardó. Y dejó que él acariciara su brazo, como dándole ánimos. Permitió que siguiera por sus senos, que los rodeara y se entretuviera en los pezones que se le pusieron duros. Ella no se movía. Jarkin la acariciaba con suavidad. Abrió su blusa y empezó a chuparle un pezón mientras le tocaba la otra teta. La madre cerró los ojos para que saliera la última lágrima que le quedaba y permaneció inerte, dejando que su hijo lamiera sus tetas y bajara la mano hasta su vulva para esconder los dedos en su agujero. Lamió el pezón y bajó por la tripa sorteando el piercing que la madre llevaba en el ombligo. Y empezó a lamer. Abrió las piernas de su madre como me había descrito, apartó los labios para dejarse entrar y beberla entera. Con los dedos aprovechaba para follarla, notando cómo los dedos se le empapaban del calentón de su madre. Estaba empalmadísimo. Simplemente se montó encima. Su madre ni se movió más que de los estertores por los empujones de su hijo. Hasta que lo abrazó. Subió las piernas para amarrarlo como si fuera una araña y se pegaba a su cuerpo para sentir los 23 centímetros de la carne de su carne. Jarkin también tocaba su clítoris, lamía sus dedos y la acariciaba, la madre se partía en dos. Fue ella la que bajó a su polla directa. Él ni se lo hubiera pedido. Sentir la boca que mejor lo besaba en la punta lo derritió. Conocía esa boca de verla todos los días desde que nació y, ahora, estaba con su polla entera. La madre lamía de arriba abajo, agarrándole de los huevos para metérselos en la boca, salir y lamer hasta el glande. La madre lo masturbaba mientras se la chupaba. Ninguna de sus amigas lo hacían tan bien como su madre. Como se notaba la experiencia de casi 40 años de sexo, desde los 15, con el padre de Jarkin. El que la dejó por otra más joven y más guapa, pero tonta como un mordisco en la polla. Su madre lamía la polla, los huevos, acarició su ano con cuidado, como acaricia el culo de un bebé una madre primeriza. Y entonces bajó a lamérselo.. aquello fue sublime. Su madre lamía y cariciaba su ano con delicadeza y gusto. Metía las yemas de los dedos para que relajara el músculo, buscando la oportunidad de seguir, de seguir hasta dentro. La madre agarró el lubricante que usaba para sus juguetes, se puso un condón en el dedo y lo embadurnó bien de lubricante con olor a menta. A Jarkin le hizo gracia que el lubricante oliera a chicle de menta, pero lo que más le gustó fue cuando su madre metió con cuidado el dedo por su culo. La sensación fue espléndida, su dedo empuñó su placer interior hasta explotarlo por dentro. Si aquello era la próstata, quería que se la tocaran mucho. ¡Qué maravilla! Aquel orgasmo fue diferente a cuantos había tenido. Hasta entonces consistían en una bocanada de lefa que gustaba de esparcir si lo dejaba. La madre no dejó que se recuperara y se puso encima a follárselo. Empujaba justo con la fuerza de querer clavarse en la polla. Jarkin agarró con fuerza sus caderas y la movió. —Eres una puta, mamá. Eres muy puta. La madre soltó una carcajada que se escuchó en todo el patio de vecinos. Se agachó y besó en la boca a su hijo mientras sentía su polla bien dentro. Cabalgó un buen rato, agarrando la polla con la mano, incluso. Quería que su hijo se corriera, que echara su semen sobre ella, que la bañara y la llamara puta muchas más veces. Jarkín se corrió gritándole a su madre que la quería. La madre esperaba un insulto pero a Jarkin le salío del alma. Jarkin está enamorado de su madre y ese polvo es lo que más ha necesitado en los últimos años. 23 centímetros de polla para su santa madre. Sacó la polla del coño y esparció el semen por su pecho, su cara, la madre lamía la leche adorándolo. —Yo también te quiero, mi amor. Desde aquella, Jarkin y su madre tienen relaciones de vez en cuando. La madre intenta llevar una vida normal, conocer a hombres mayores que su hijo. Pero ninguno la mima y cuida tanto como Jarkin. Ni se preocupa por que se sienta bien. Eso hace que la madre no quiera cualquier noviete que aparezca. Lo que más me gusta es que ambos me cuentan estas cosas. Quedamos por videollamada y hablamos. Tenemos la suerte de no creer en Dios y no lo consideramos pecado. Es deseo entre madre e hijo. ¿Se va a atrever a juzgarlo? Ni se les ocurra. Escucha este episodio completo [https://go.ivoox.com/rf/115001801] y accede a todo el contenido exclusivo de Diario de una Amazona (con Celia Blanco @latanace). Descubre antes que nadie los nuevos episodios, y participa en la comunidad exclusiva de oyentes en https://go.ivoox.com/sq/1765797 [https://go.ivoox.com/sq/1765797]
02 sep 2023 - 19 min
episode T01XE33 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - El actor argentino - Episodio exclusivo para mecenas artwork
T01XE33 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - El actor argentino - Episodio exclusivo para mecenas
Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! [https://go.ivoox.com/rf/115034074] T01XE33 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - El actor argentino Empezamos a hablar por twitter como hace todo el mundo. Él contestó a una foto que puse de un cenicero mío, comprado en la India y me dijo que tenía uno igual desde hacía 20 años. Así empezó nuestra conversación. Ni siquiera le di mucha importancia a que fuera un actor conocido, con múltiples premios y cierta fama de conquistador. A mí me cayó bien porque ambos teníamos el mismo cenicero de la India. Era argentino, muy guapo y de esos tipos que difícilmente te disgustan. Por las conversaciones por twitter supe que era de River, un equipo de fútbol del que eran muchos de los amigos que tenía mi marido, lo que hizo que no nos faltara de conversación. Entre eso y que a los dos nos gustaba Hanik Kureishi, había días que podíamos hablar durante horas. En julio siempre me he quedado “de Rodríguez”. Mi pareja y mi hijo se iban de vacaciones y yo me quedaba trabajando. Yo iba los fines de semana al pueblo y así formábamos parte de la mayoría de los hogares españoles, solo que, en mi caso, la que trabajaba era yo. Mi marido se dedicaba a tocarse el nardo. Y yo lo consentía. Una tarde, mientras moñeaba por twitter me llegó un mensaje del actor. “¿Dónde estás?”, yo para no explicarle mucho, le mandé mi ubicación: Plaza Mayor. Durante cinco años viví en la Plaza Mayor, no solo fui inmensamente feliz, eso me situó en un lugar privilegiado para poder quedar con cualquiera. “¡No me lo creo! Yo estoy en una bocacalle. ¿Quedamos?”. Aquel “¿Quedamos” me encantó. Claro que quería quedar con él. ¡Quién no querría quedar con él! Nota en un bar de la Calle De la Cruz. Cuando entró él, toda la barra se giró para observar cómo avanzaba hacia mí y me saludaba. Llevábamos tanto tiempo hablando por twitter que era como si nos conociéramos, cuando en realidad, no sabíamos nada el uno del otro. Me dio un abrazo subiéndome en volandas. Era alto, fuerte y muy guapo. Los dos lucíamos sendas sonrisas que demostraban que estábamos disfrutando con aquel encuentro. Me contó que estaba divorciado, que tenía dos hijos ya mayores y que estaba en España rodando una película. Por eso estaba tan cerca de la Plazas Mayor, porque la productora tenía un apartamento en esa zona para los actores que trabajaban con ellos. Era más barato que un hotel y les daba la misma intimidad. A mí me pareció la mejor solución para estos casos. Cenamos en un italiano. No sé por qué, yo que jamás ceno pasta, elegimos un italiano. Yo me conformé con una ensalada de esas que hacen los italianos con bresaola y él se pidió una fuente de espaguetties. Y digo fuente porque avisó al camarero de que, por favor, no le pusiera una única ración, que convenciera al cocinero de que el argentino venía con hambre y no tenía problema en pagar el suplemento. Sus spaghetti alle vongole eran sublimes. Durante la cena nos centramos en nosotros. Ya nos habíamos situado como personas (yo con marido, él divorciado), seguimos hablando de intereses, de política, de cómo estaba el mundo y cómo aspirábamos que estuviera. Reímos y nos acercamos cada vez más el uno al otro. Hasta que llegó las horas de las copas. Su propuesta fue aceptada inmediatamente: quería que nos fuéramos a su casa a tomar un gin tonic. La casa era un apartamento precioso, con cocina americana, dos habitaciones y un salón decorado con un gusto exquisito. — ¡Qué bonito!— dije. — Sí, ya sabes, producción siempre intenta que estés a gusto. Gintonic para dos y música de Pink Martini. Me encantó que eligiera a uno de mis grupos favoritos. Parecía que el actor y yo teníamos en común muchas más cosas además del cenicero de la India. Empezamos a besarnos al segundo sorbo. Sus besos eran perfectos, de esos que se amoldan a tu boca y a tus labios, que te acarician con la lengua, que te muerden tenuemente. Sus manos empezaron rápidamente a moverse por encima de mi vestido de algodón, como intentando hacerse una idea de cómo era mi cuerpo. Yo desabroché su camisa para impregnarme de su olor y su inmensidad. Tenía un peco ancho, recio, con vello alrededor de los pezones y en el centro. Jugué con los pezones con los dedos y con la lengua mientras él me desnudaba por completo. Se quitó la camisa, los pantalones, los calcetines y los calzoncillos quedándonos desnudos ambos en un abrazo. Me acariciaba el cuello, los brazos, me apretaba los antebrazos como dejándome claro que no me dejaría escapar. Me besaba continuamente. Llegó a mis senos. Los besó con cuidado primero, con gusto después para terminar mordiéndome los pezones y excitarme al máximo. Con la mano iba a mi entrepierna como si quisiera comprobar mi humedad y no actuar hasta que no estuviera preparada. Mesaba el vello de mi pubis, dejaba entrar la mano para volverla a sacar. Yo me iba excitanto por momentos y quería más, mucho más. Me cogió en brazos y me subió a la encimera de la cocina para abrirme las piernas y beberme. Su lengua se deslizaba por los rincones de mi vulva como intentando prolongar al máximo la más mínima excitación. Abrió las piernas con las manos para que no las cerrara y mis labios con los dedos para incursionar. Y así, llegó al clítoris que pedía a gritos que lo lamiera. Su lengua fue fantástica. Empezó despacio, como si lamiera un helado. — Me gusta tu coño. Me gusta como sabes. Voy a hacer que te corras como solo tú sabes correrte. Mi clítoris se hinchó poco a poco hasta resplandecer en mi hueco. Siguió lamiendo, ahora con más ahínco, con más fiereza, con más gusto y pasión. Tocaba mis tetas a la vez. Yo estaba chorreando y él se dio cuenta. Metió sus gruesos dedos dentro de mi agujero follándome con ellos. Aquello era la perdición. Por un momento pensé qué pensaría mi madre si yo le contara que me estaba follando a uno de los actores que más le gustaban. Seguro que ni se lo hubiera creído. Pero lo mejor de aquel hombre no era lo famoso que era sino cuánto estaba haciendo por mí en aquella encimera. Lamía mi clítoris, metía los dedos, a veces jugaba con su pulgar que lo pasaba por el clítoris entre lametón y lametón. YO me volvía loca. Yo quería más. Sus dedos, gruesos, perfectos muestrarios de pollas follándome. Su lengua, húmeda, lamiendo mis huecos. MI clítoris enervado y ardiendo…. Fueron los mejores quince minutos de mi vida y, por supuesto, me corrí. Fue correrme e ir inmediatamente hacia su polla. Me bajé de la encimera y me puse de rodillas para chupársela. Tenía una bonita polla recia de actor, de esas que da gusto ver, perfectamente recortado el vello, inmensa y espléndida. Chuparla fue una delicia. Metérmela en la boca entera para saborearla, lamiéndola de arriba abajo,s in dejar un rincón sin mis babas. Desde el culo hasta la punta, desde la punta hasta el culo, apartando con mi mano el cachete para poder llegar a su ano perfectamente limpio y perfumado. Qué polla tan bonita tenía el actor. No podía ser menos. Que bueno comérsela entera, chuparla sin desperdicio, lamerla. Con la mano lo masturbaba al tiempo, notando cómo se le ponía cada vez más gorda. El juego mano-boca se me da bien, puedo hacerte virguerías si te dejas. Aceleré la masturbación porque quería que se corriera. Que se corriera y tragármelo. Que me empapara. Que me llenara. Lamía con más ahínco sin parar de masturbarlo. Me avisó. Tuvo la delicadeza de avisarme. —¡Voy a correrme!— dijo. —Mejor— Contesté. Su lefa entró en mi boca caliente y disparada. Llenó mi boca y yo tragué. Me relamí la comisura de los labios mirándole a la cara y él volvió a besarme. Seguimos acariciándonos mientras él se reponía. Con más tranquilidad, con la mesura de los que ya están satisfechos. Pero mi actor quería más y lo pidió. —Quiero follarte, por favor. Simplemente me puse a cuatro patas sobre el suelo de aquella cocina. Él abrió el frigorífico y cogió un tarro de miel. Sentí la miel caer por el culo y mi coño. Estaba fría. Di un respingón. Y, entonces, él metió la cara en mi culo y empezó lamerme de nuevo pero con la miel de por medio. Su lengua en mi culo me fascinó. Lamía con cuidado cada vez que incluía un poco más de miel. Con los dedos restregaba por mi coño para que no faltara en ningún sitio en el que pudiera acceder con la lengua. Pasaba los dedos con miel y después la lengua, era una sensación increíblemente excitante. Y, en un momento determinado, me la metió. Entró y me dio la sensación de que se podría salir por la boca. Su polla alcanzaba todo mi coño, lo cubría entero. Agarró mis caderas con las manos y empezó a moverme al compás de su empotramiento. Uno, otro, otro más. Yo gemía de placer sintiendo cómo me partía en dos, lo que aumentó cuando, en esa postura empezó a tocar mi clítoris. Tenía su polla dentro y el clítoris entre sus dedos. La combinación perfecta para que yo empujara hacia él, siguiendo el compás que me marcaba. Aquella follada estaba siendo mítica. Me gustó mucho que no dejara de acariciarme por todos lados, que me pasara el dedo por la espalda desde la nuca hasta el culo, que me tocara las tetas, el clítoris, las piernas. Me encantó cuando me dio las cachetadas de cariño en las nalgas, me deshice cuando aceleró….. Me corrí. Volví a correrme con toda aquella, pero seguí, seguí un poco más, esperando que él también lo hiciera. Lo hizo, claro que lo hizo, se corrió dentro de mí y se dejó caer sobre mi espalda. Permanecimos así unos minutos. Él besándome en el cuello, yo disfrutando de su peso sobre mí. Nos quedamos mirándonos a la cara unos minutos y entonces preguntó: —¿Querés quedarte a dormir? —No— le dije yo— NO me gusta dormir con mis amantes esporádicos. —Entiendo. Nos vestimos despacito hablando de nosotros. En pocos días era mi cumpleaños y se lo dije. Me apetecía que viniera. Los días pasaron sin que tuviéramos noticias el uno del otro pero el 12 de julio vio los glóbitos en mi perfil y me dijo que si le daba la dirección, iría. Cuando mi amiga abrió la puerta de mi casa lo dijo con mucha sorpresa: “UY, te lo habrán dicho muchas veces pero eres igual que Mario Passinetti.” Él soltó una carcajada y contestó: — Sí, me lo dice mucho— Y entró. Mi marido no daba crédito a que el actor argentino estuviera en nuestra casa, pero es que, además, era tan forofo del fútbol como él, así que hicieron migas inmediatamente y pasaron horas hablando de su tema favorito. La cierta fue todo un éxito, no por la presencia del actor famoso sino porque el buen rollo que emanábamos todos. MI marido nunca supo que yo me había acostado con él. NO hacía falta; era mi intimidad, no la suya. Mario Passinetti terminó de rodar la película y regresó a Argentina y, aunque al principio mantuvimos la relación por redes sociales, el tiempo nos separó por completo. Hace muchos años de esto. Yo cumplía entonces cuarenta y pocos. Pero sigo teniendo un recuerdo precioso de aquel hombre, forofo del River que me folló como ninguno y que, encima, se hizo colega de mi marido. ¿Quién sabe? Lo mismo rueda algún día en Almería y tengo la mitad del trabajo hecho. Escucha este episodio completo [https://go.ivoox.com/rf/115034074] y accede a todo el contenido exclusivo de Diario de una Amazona (con Celia Blanco @latanace). Descubre antes que nadie los nuevos episodios, y participa en la comunidad exclusiva de oyentes en https://go.ivoox.com/sq/1765797 [https://go.ivoox.com/sq/1765797]
29 ago 2023 - 18 min
episode T01XE32 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - Esperando que salga Javier (para follarlo) - Episodio exclusivo para mecenas artwork
T01XE32 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - Esperando que salga Javier (para follarlo) - Episodio exclusivo para mecenas
Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! [https://go.ivoox.com/rf/114597602] T01XE32 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Esperando que salga Javier (para follarlo) NO lo vamos a negar, yo soy muy de chiringuito. Si pudiera viviría en verano en uno. Uno en el que hubiera una hamaca, una plancha para cocinar, estuviera en la playa y a las puestas de sol vinieran los vecinos. Por eso parte de la vida que me he construido pasa por tener algún chiringuito que pueda ser de referencia. Y aquel lo era. Sardinas, raya, jureles, cazón y bacalao. Costillas, lomo, salchicha, morcilla y longaniza. 10 tapas. La cena perfecta para dos, fueras con quien fueras. Acostumbraba a ir más sola que acompañada a tomarme dos. Solo dos. No llegaba a los 10€, cenaba y escribía en mi diario, porque al chiringuito me bajaba sin el móvil, solo con mi diario, a exorcizar dolores y a buscar placeres a los que sucumbir. Dos vinos muy fríos y una tapa de pescado y otra de carne, “lo que quieras tú”, le decía al camarero y me dejaba mimar por cualquiera de los cuatro que había. Uno para cada flanco. El dueño era un borde, que no quería líos pero muy torpe. Con un hijo aún más torpe. Aún más. Pero hacían una brasa muy rica y el pescado, aunque escaso, estaba bueno. Lo mejor de este chiringuito es que estabas con los pies en la arena. Aquello era enorme. Me gustaba ir sola al chiringuito. Mucho. Me metía en mi burbuja y disfrutaba de mi vida. Todos los camareros me tuteaban menos uno. Dos eran del pueblo, estaban hartos de verme y otro era de Almería, pero trabajaba desde hacía años en el chiringuito cada temporada. El cuarto era el que me hablaba de usted. “Doña Tana”, sonaba a rancio abolengo. Por más que le dije que bastaba con “Tana”, no paró. “Es mi educación”, me dijo a la tercera que lo intenté. Y lo dejé. Mi vida judicial aceleraba. Tres años de cárcel, diez mil de indemnización y la obligación a no hablar en mi vida de alguien de quien no había pronunciado su nombre. Demasiado complejo para una mente basta como la mía. Pero tenía abogado nuevo, que era un primor, un señor que creía en Dios, se había casado por la iglesia y tenía un hijo bautizado. Conservador. Pero que me dijo que me llevaba el caso porque era un caso lo suficientemente goloso que íbamos a ganar. Y le creí. Con estas, Javier, que así se llamaba el camarero del chiringuito que me llamaba de usted, las noches que iba sola hacía para quedarse hablando dos minutos en mi mesa. Mira que era guapo. De esos guapos que me gustan a mí: grande, ancho, calvo, con barba. No sé por qué me he aficionado a ese modelo y en ese me he quedado. Javier era encantador y me hacía gracia su manera de llevar la bandeja, parecía que ni siquiera estaba sobre sus dedos, pero lo que más me gustaba era como me trataba y lo educado que era. Javier iba ganando puntos. Aquella noche volví sola. Diario en mano y la más firme intención de enterarme a qué hora terminaría Javier. Pedí mis consumiciones, no di nada la plasta y cuando pagué, simplemente, le pregunté. —¿A qué hora sales? Me encantó que saliera a media noche. Porque a media noche ya no hay casi gente por la calle y no tendría que dar muchas explicaciones. Esperé en poyete de la playa, un poco alejada del chiringuito pero lo suficientemente cerca para que todos tuvieran que pasar cerca cuando salieran. Javier se plantó delante de mí. —¿Qué haces aquí? —Pensé que te gustaría que nos tomáramos una. La primera entró deprisa, quizás por los nervios. Pero entró rápida y veloz para animar a la segunda. Yo no acostumbro a beber demasiado, así que no quise seguir con copas. Javier tenía que conducir, tampoco le interesó. La conversación fue deliciosa. Me contó cosas de su hija, a la que no veía desde hacía 9 años porque la madre no quería. Me contó cosas de su familia. Eran gitanos aunque tuvieran la piel clara y él trabajaba en la hostelería desde los 16 años. Yo le conté mi vida, mi divorcio, las maldades de mi ex y su novia y cómo, probablemente, me quedaría sin casa a partir de septiembre. — Qué horror llegar a este punto con tu ex pareja— Contestó cuando le conté todo. — Más que eso, mucho más. Conforme hablábamos más a gusto estábamos. Parecía que Javier y yo nos conocíamos de siempre o que siempre habíamos querido conocernos. Y lo que era evidente era que nos gustábamos. Javier vivía en Las Juaricas, un barrio que está a la entrada del pueblo. Echamos a andar hablando y por inercia, lo acompañé hasta su casa. A él no le extrañó tanto que lo acompañara como que, directamente, se lo soltara. —Oye, Javier, yo estoy en la gloria contigo, así que si alguna noche, cuando salgas, quieres que nos tomemos algo, mándame antes un mensaje para que no me acueste y lo hacemos. — Como hoy. —Como hoy. Me mandas el mensaje y nos vamos conociendo. —Hecho. Allí, en la puerta de su casa nos besamos. El primer beso fue algo muy lúcido y tibio. Simplemente juntamos nuestras bocas y nos dejamos. Nos despedimos con aquel beso sabiendo que solo era el principio y que todo seguiría en cuanto pudiéramos. Y poder, cuando se quiere es pronto. Al día siguiente, a las 6 de la tarde, ya tenía el mensaje para que no me durmiera y lo esperara. En el poyete de la playa estaba cuando salió de trabajar y, directamente, nos dimos la mano y tiramos para el Catrina. No nos dio tiempo ni a tomarnos una. A la media hora estábamos en mi casa. Los besos se sucedían uno tras otro sin descanso. Subimos los dos pisos hasta mi casa entre risas, metiéndonos mano y besándonos. Abría la puerta y, literalmente, me cogió en brazos para llevarme a la cama. Me tumbó y me comió a besos. Yo misma me quité los pantalones cortos y la camiseta, que, al no llevar casi nunca ropa interior me dejaron desnuda sobre la cama. Él se desnudó rápidamente para quedarse en cueros junto a mí. Me acariciaba todo el rato. Sus dedos recorrían mi piel, toda mi piel. Parecía como si supiera por dónde moverse para que yo mi cuerpo fuera enamorándose de él. Cosquillas en las axilas, bajó por mi costado hasta el ombligo, jugó un poco en él, hasta llegar a mi pubis. Nos besábamos sin parar mientras nuestras manos jugaban con el cuerpo del otro, mientras nos olíamos, mientras degustábamos nuestro ser. Javier jugó con mi pubis hasta llegar a la vulva. Yo estaba empapada, esperándolo. Sus dedos fueron aún más virtuosos, delicados, mágicos. Yo gemía de placer envuelta en sus besos. Le agarré la polla con las dos manos para acariciarla. Lo hice despacio, siguiendo el mismo ritmo que había impuesto él, deleitándome en aquella polla pétrea que pedía paso sin imponerse. Sus dedos arrebataron mi clítoris que se hinchó del gusto. Lo guardaba entre dos de sus dedos para repasarlo entero. Tocaba en la punta como si repiqueteara sobre una mesa. Entró por el agujero, empapado, para follarme con sus inmensos dedos… Yo me moría del placer. No podía aguantar más y bajé a comérsela. Él me colocó de tal manera que yo seguía en su radio de acción, de forma que, mientras yo lamía aquella verga erecta, él hacía de las suyas. Me sentía tan bien entre las manos de aquel señor que seguí insitiendo. Metí su polla en mi boca. Lamí desde los huevos hasta el glande, pajeé a aquel caballero con todo el mimo que pude mientras le llenaba la polla de babas y me las comía todas. La polla se hinchaba por momentos amenazando con culminar, pero él respiraba hondo, aguantaba y seguía con sus incursiones en mi coño. Mi excitación iba a más y más. La polla en mi boca me hacía sentirme poderosa. Sus dedos por mi coño me licuaban. Quería más, mucho más. Me puse encima de él aprovechando la erección. Me metí entera. Clavándomela hasta dentro. Fui rápida poniéndolo el condón para que no se le bajara y empecé a follármelo. Él agarró mis caderas y me acompañó en los empujones. Cada vez que entraba la notaba dentro, muy dentro. Parecía que se me iba a salir por la garganta de lo dentro que la sentía. Era una polla pétrea, larga, sublime. Las hincadas hacían explotar mi alma. Gemíamos, decíamos nuestros nombres animándonos a seguir, él marcaba sus dedos en mis caderas moviéndome con ahínco. Más. Más. Más……. Me corrí. No suelo correrme así, pero me corrí con él. Porque estaba encima, porque lo sentía, porque sus manos agarrando mis caderas me excitaban aún más. Me corrí echando la espalda hacia atrás para que su polla estuviera aún más dentro y me quedé parada, en esa postura, dejando que los gemidos apaciguaran. Él dejó que me recompusiera. Cuando caí sobre su pecho, acarició mi pelo y me besó de nuevo. — Quiero seguir— dijo en un susurro. —Yo también— contesté. Javier bajó la cabeza y la metió entre mis piernas. Ahora me tocaba a mí. Abrió las piernas con las manos para que yo no las cerrara y empezó a lamerme. Su lengua era virtuosa. Era capaz de golpear en mi clítoris con fuerza haciendo que se pusiera de punta. La humedad de su saliva, la textura de la lengua por mi coño me derretía. Lamía con delicadeza y fiereza a la vez,como si fuera un bien preciado al que hay que animar para que se ponga en órbita. Su lengua por mi vulva, por mi clítoris… Metió los dedos y ya me quise morir. Sus enormes dedos entraban y salían al tiempo que su lengua lamía y lamía. Una y otra vez. Yo no dejaba de gemir y él no dejaba de decirme cosas bonitas al oído, de esas que se te aturullan y no distingues pero que mesan tu cuerpo y tu mente. Dedos, lengua, dedos lengua…. Ahhhhhhhhhh Volví a correrme. Otra vez. Otra vez volví a correrme. Ël no. Él no se había corrido y yo soy de las que se sienten poderosas cuando se corren. Cogí el lubricante que siempre tengo en mi mesilla, le unté muy bien la polla, me puse a cuatro patas y lo guié, directamente, dentro. Me gusta que me enculen. Y este me gustaba aún más. Su polla entró con dulzura gracias al lubricante. Sentí como ocupaba todo mi interior. Me encantó. Javier fue despacio al principio, como queriendo que mi cuerpo conociera el suyo. Besaba mi espalda, mi cuello, mis hombros mientras su POlla entraba por mi culo y me derretía. Con cuidado, con pasión, con gusto. — Dale, dale— Pude decir en la inmensidad del placer y él le dio, le dio más, más deprisa, más dentro, hasta que se corrió. Su grito fue el mejor regalo para mis oídos. Me sentí la mujer más afortunada del mundo. Javier se dejó caer sobre mí y yo me dejé caer sobre la cama. Permanecimos así unos segundos hasta que se puso a mi lado en la cama y volvió a besarme. — Ha sido precioso, Tana —Sí, lo ha sido. Dormimos abrazados. No tuve el valor de decirle que se fuera,como hago siempre con mis amantes esporádicos. No tuve el valor y tuve la carencia de dormir abrazada, algo que suele ocurrir. A la mañana siguiente tardé en despertar. Cuando lo hice, me di cuenta de que Javier ya no estaba. Debían de ser pasadas las doce de la mañana y mi amante había desaparecido. Me levanté, fui al baño y sonreí al verme desnuda en el espejo porque en mis caderas estaban los vestigios de sus dedos apretándome para que folláramos mejor. Sonreí. Me duché lentamente dejando que el agua influyera en mí. Me sentía tan bien…. Fui a la cocina y allí vi un papel escrito. Siempre tengo libretas por toda la casa, fue fácil encontrar cómo despedirse. “Ha sido una noche preciosa. Recuerda que todas las noches salgo a las doce”, había escrito. Me encantó. Me gustó mucho su despedida y que dejara abierta la puerta para que, si otra noche a las doce quería verlo, supiera cómo hacerlo. Sobra decir que aquel fue “el verano del chiringuito” porque, por supuesto, fueron muchas las noches que a las doce esperé a que saliera Javier. Escucha este episodio completo [https://go.ivoox.com/rf/114597602] y accede a todo el contenido exclusivo de Diario de una Amazona (con Celia Blanco @latanace). Descubre antes que nadie los nuevos episodios, y participa en la comunidad exclusiva de oyentes en https://go.ivoox.com/sq/1765797 [https://go.ivoox.com/sq/1765797]
21 ago 2023 - 19 min
episode T01XE31 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - Corina, la periodista - Episodio exclusivo para mecenas artwork
T01XE31 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco @latanace - Corina, la periodista - Episodio exclusivo para mecenas
Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! [https://go.ivoox.com/rf/113811809] T01XE31 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Corina, la periodista Fui a aquella entrevista con muchas expectativas. Era para un programa de entretenimiento, para la sección de actualidad, lo típico. El caso es que les parecía perfecta para el espacio y yo me lo creí. Por causas divinas que no entiendo, tanto ellos como yo pensamos que sería buena idea. La prueba fue un éxito. Me hicieron preguntas más o menos del momento y les parecí lo suficientemente ingeniosa como para tenerme entre las colaboradoras. Empezaba a la semana siguiente, con viaje, incluido a Madrid. Solo hay un tren que vaya de Almería a Madrid al día, igual que, solo puedo coger un tren de Madrid a Almería que me permita llegar a casa en el día. Por eso si tengo que estar un jueves en Madrid, a veces me tengo que ir el miércoles, si la entrevista o el trabajo es por la mañana o me toca quedarme a dormir si la cita es por la tarde. Encaje de bolillos para cuadrar trabajo con viajes y que no me toque estar mucho en Madrid. Si puedo, una noche nada más. El programa era por la noche. En directo. Prime time. Así que viajaba el mismo día del programa, dormía en Madrid y regresaba al día siguiente. Es una paliza que termina traduciédonse en que duermo en el tren. Llegar al hotel pasadas la una y media y despertar a las 6 y media para no perder el tren de las ocho, hace que sea una piltrafa en mi asiento y me deje mecer por el meneíto. Me gustan los viajes en tren. Sabía que estaría destrozada pero me encantaba participar en el programa. La sorpresa vino en cuanto entré en plató. Por costumbre, los invitados a un programa no sabemos quiénes son los demás participantes hasta que no llegamos, como poco, a maquillaje. Allí te encuentras con los que pasan por “chapa y pintura” como tú. Y te vas haciendo una composición del tema. Cuando la vi, recuerdo que pensé, “por favor, que venga a mi programa”. Aquella mujer me gustaba desde hacía tiempo. Llevaba viéndola en televisión años, sabía de su trabajo en prensa, me había leído hasta un ensayo suyo sobre la infidelidad en el que me había sentido muy reflejada. Sentía a Corina Michavila un poco de las mías. No dije nada, solo me senté en mi silla y me dejé tunear para convertirme en el pibón que la tele demanda. Cuando pasamos a la sala de espera confirmé que sí, que la periodista iba al mismo programa que yo. Y me alegré. Al principio, me ignoró. Fue muy educada, saludó con una inmensa sonrisa, pero nada más. Fue en plena acción donde fui consciente de su poderío. Corina Michavila era contundente, rápida, contestaba con habilidad, buenas palabras y un tono de voz tan contundente que era complicado rebatirla. Manejó el cotarro como pocas. Yo estaba fascinada con su bendita presencia. Pero en un momento del debate, las dos hicimos comandita. El tema era para ello: acoso en redes sociales. Y, de las que estábamos allí, sin duda, éramos las que recibíamos las fotopollas. Corina y yo hicimos un alegato magnífico cogidas de la mano. Aquello hizo que me prestara atención. En cuanto terminamos el programa hizo lo posible para ir en el mismo coche que yo camino del hotel. Se notaba que había ganas. — Oye, te tenía yo muy descontrolada. Sabía de ti, pero me ha encantado conocerte— Me dijo en el asiento de atrás del coche. — Igualmente. A mí me ha encantado también. Hicimos el camino hablando de idioteces, del trabajo, del calor, de dónde iríamos de vacaciones si pudiéramos, hasta que llegamos al hotel. — ¿Te tomas una?¿Una sola? En el hotel quedaban unos pocos en el bar, tomándose sus copas. Un par de parejas y un grupo de varios hombres dispersos por la sala. Corina y yo nos quedamos en la barra. Gintonic ella, agua con gas, yo. Empezamos a hablar con tanta facilidad que parecía que nos conocíamos de toda la vida. Corina me contó lo difícil que había sido su corresponsalía en Moscú. Siete años para una televisión, de la que salió tarifando por no contar las mentiras que de los rusos ni las de los americanos. Esto en un momento con una tensión horrible por los alardes de Putin en convertirse en el dueño del planeta. Yo escuchaba embobada al mismo tiempo que me hacía preguntas estúpidas. — ¿Y cómo llevabas lo de informar con ese frío? Me recuerdo pasándolo fatal cuando me mandaban a la Bola del Mundo a hacer los directos de meteorología. Corina me contó la de capas de ropa térmica que llevaba bajo su ropa. Cómo, a veces, llevaba tres camisetas de manga larga debajo del jersey de lana y, aún así, se helaba. El frío es algo que me paraliza y admiro profundamente a los que viven en sitios con bajas temperaturas. Estuvimos riéndonos cuando me contó cómo, al llegar a casa después de trabajar, si se duchaba no le quedaba otra que calentar suficiente agua para tenerla cerca y sumarla al chorro escaso de agua caliente que salía de su ducha. Me pareció horrible. Nos dieron casi las tres de la mañana en el bar del hotel. La conversación fue moviéndose hacia los sentimientos y para el tercer gintonic y la primera mía, yo ya sabía algo de los desamores de la periodista. A Corina le habían roto el corazón unas cuantas veces pero eso la había hecho aún más fuerte. “Ya no me enamoro de cualquiera”, repitió un par de veces. Y yo la creí. En un estado de embriaguez real por su parte y totalmente serena por la mía, recogimos para subir a las habitaciones. En el ascensor, Corina se dejó caer sobre mi hombro. Estábamos de pie y ella, simplemente, apoyó su cabeza en mi hombro mientras el ascensor subía a la octava planta donde estaban nuestras habitaciones. Cuando abrió la puerta, ni se movió. Permaneció en la misma postura. — Vamos, Corina, te acompaño a tu cuarto. La llevaba abrazada de la cintura, sosteniéndola un poco por el pedo y sintiendo sus formas cerca. Que me gustaba era un hecho, pero soy torpe con las mujeres por mucho que me gusten y nunca sé cómo moverme para que entiendan que las deseo. Corina se dejaba llevar con gusto. Llegamos a su habitación, 802. 817 era la mía, en la otra punta de la planta. Llegamos a su cuarto, conseguí abrir con la tarjeta que se le cayó tres veces y entramos despacio hasta que se dejó caer sobre la cama. — Bueno, Corina, te dejo aquí— le dije mientras le quitaba los zapatos de tacón y ubicaba sus piernas en la cama— Mañana si quieres desayunamos juntas. — No— dijo ella— quédate conmigo— suplicó mientras agarraba mi mano y no me dejaba ir. Yo no sabía qué hacer. Carecía de sentido que me quedara allí, con ella, en semejante estado. — te ayudo y te dejo en la cama— Contesté. Con cuidado fui despojándola de toda su ropa. La camisa celeste, la falda estrecha por debajo de la rodilla, el cinturón ancho y ajustado que se mostraba su buena figura… Cuando la vi en ropa interior, vi lo bonita que era. Y, reconozco, me dio un intenso ramalazo de deseo. Pero estaba borracha. Y a las borrachas hay que arroparlas. Corina se metió en la cama sin soltar mi mano. No quería que me fuera y no estaba dispuesta a permitirlo. Me dejé guiar hasta que estuvo arropada y, entonces, me coloqué a su lado, encima de la ropa de cama para que me sintiera cerca, pero sin incomodarla. Me acomodé y, creo, nos quedamos dormidas a la vez. Ella dentro de la cama, cogida a mi mano; yo sobre la colcha, agarrada. Así pasamos la noche. Despertar fue bonito. Ninguna de las dos había corrido las cortinas y la luz del amanecer entró temprano. Creo que fue ella la que se despertó antes. Pero ni se movió. Permaneció en la misma postura, agarrada a mi mano, contemplando cómo dormía. Yo, simplemente, sentí un cálido beso en mi mejilla. Así desperté. — Mmmm.. qué bonito despertar… — El que te mereces. Gracias por cuidarme así de bien. Nos quedamos mirándonos. Cayendo la una dentro de los ojos de la otra. Dejándonos rendir. Corina me acarició la cara manteniendo su mirada en la mía. Y me besó. El beso fue tan emocionante que aún me recorre un latigazo por la espalda cuando lo recuerdo. Su boca y la mía se sellaron como si estuvieran troqueladas para encajar. Su lengua acarició la mía con cuidado. Fue un beso, solo un beso pero abrió todas las puertas que pudieran estar cerradas. Corina estaba en ropa interior, yo me había quedado dormida con mi vestidito. Sus manos empezaron encima de mi ropa haciendo que el contacto me excitara paulatinamente. Mi vestido, de una tela viscosa, casi imperceptible, actuaba como una piel demasiado fina como para no disfrutarlo. Las manos de Corina me acariciaban por todos lados mientras nuestros besos se encadenaban unos con otros. Yo apenas me movía, dejándome hacer y dejando que fuera ella la que nos guiara. Por eso, cuando se quitó el sujetador y las bragas para quedarse completamente desnuda me impresionó tanto. Mi vestido salió por entre mis brazos con una facilidad pasmosa. En tetas, solo en bragas, Corina siguió acariciándome. Sus manos sobre mis tetas fueron una delicia. Las tocaba con gusto, acariciándolas, rodeando con la yema de los dedos mis pezones que empezó a lamer. Con las manos me acariciaba, con la lengua me lamía, qué bonita estaba desnuda allí conmigo. Poco a poco fui animándome yo. Al principio estaba petrificada de poder estar con alguien a quien admirara tanto pero sus besos, sus caricias y sus lametones fueron haciendo que perdiera la rigidez de la impresión y me dejara. Fue ella la que primero bajó por mi tripa, hasta llegar a mi vulva y empezar a quererme. Con las manos me acariciaba, con la lengua me comía. Sentirla ahí mismo me partía de la excitación. Sabía, exactamente, qué hacer, cómo tocarme, cómo comerme, cómo quererme para que yo me creyera la reina de Saba. Su lengua suponía el delirio de mi placer entre mis piernas. Metió los dedos. Metió dos dedos que supo mover como nadie los había movido ahí dentro. Su lengua enervaba mi clítoris, agolpando sangre en la punta con caricias, lamidas y punteos que me volvían loca. Notaba cómo el placer se agolpaba entre mis piernas… ¡hasta que estalló! Me corrí dulce y salvajemente. Me corrí como pocas veces recordaba. Aquella mujer me había partido en dos, literal.. Esperó a que me calmara sin dejar de acariciarme con las manos. Yo exhalé todo mi placer por la boca y por mi cuerpo. Corrí a besarla en cuanto me repuse porque quería quererla mucho después de lo que había sentido. Con mis manos cubrí sus senos, unas tetas grandes, hermosas, con pezones grandes que me encantaron. Besé sus tetas, su cuello, su tripa. La besé por todos lados. La acaricié por cada rincón. Mis manos se fueron a su entrepierna por inercia. Sentir el calor del tenue vello y la calentura me encantó. Bajé dándole besos por la tripa hasta su pubis, donde lamí por encima del vello recortado hasta dejarme caer por el pliegue y llegar con la lengua hasta su clítoris. Lamí. Lamí y supe cómo sabía. Sabía a hembra. Sabía a mujer. Sabía a locura sáfica que yo quería degustar. Abrí sus piernas con las manos para poder hacerlo. Mi lengua recorría sus bajos desde el perineo hasta el clítoris. Mis dedos incursionaban por sus dos agujeros, por el de alante con más intención, por el de atrás con sumo cuidado. — ¡Toma!— me dijo mientras me alcanzaba lubricante—. Yo no sabía muy bien qué hacer. No teníamos juguetes. ¿Para qué quería yo el lubricante? Mi cara debió de mostrar la de dudas que tenía. Corina sonrió y me cogió los dedos. Lubricó dos de ellos. — Así, así sí. Así podrás. Corina acercó mi mano hacia su culo, que me lo ofreció en pompa y empezó a dejar que yo jugara con los dedos lubricados y su agujero. — Así, así, despacito, pero dentro… Yo besaba sus nalgas al tiempo que acariciaba su ano y dejaba que la llema de mis dedos se dejaran resbalar dentro. Ella respondía resplandeciente. Dejándose hacer. Así, con mis dedos incursionando, con ella a cuatro patas con el culo en pompa no pude resistirme. Mi lengua volvió a su coño. A su coño, a su culo. Mis dedos con lubricante haciendo de las suyas, mi lengua con agilidad dando placer. Corina se revolvía del gusto, yo me envalentonaba con el calentón. Ella se dejaba, yo hacía. Más. Más. Mas. Lengua, dedos, lubricante. Sabía elección. Sigo tocando, sigo lamiendo, sigo dejando entrar mis dedos por tus huecos. Corina se partió en dos. Arqueó la espalda mientras se corría y yo pude lamer un reguerito que emanó de su fuente de amor. Hembra. Mujer. Sabia pura. Mi lengua no dejó de lamer ni siquiera cuando ella estalló. Tuvo que apartarse porque yo quería más, quería disfrutarla más. Quería que me recordara bonito el resto de sus días. Quería comérmela entera. Nos quedamos las dos desnudas sobre la cama. La luz tempranera entraba por toda la habitación inundándonos a ambas. Nos abrazamos poir inercia, como si fuera lo único que necesitáramos. Escuchábamos nuestra propia respiración mientras nos acariciábamos, ella a mí, la espalda, yo a ella la clavícula y el cuello. Corina era una mujer preciosa. Recién follada lo era aún más. La ducha fue todo un gustazo. Nos duchamos juntas y en la ducha volvimos a quererno. Nos besábamos, nos tocábamos, nos lamíamos. Bajo el chorro de lluvia de la chupa, me arrodillé para volvérselo a comer, colocando su pierna en el borde de la bañera para llegar mejor. El agua caía sobre mi cabeza mientras mi lengua lamía su entrepierna. Ella agarraba mi cabeza con las dos manos, dejándose comer entera. El agua nos inundaba a ambas, como el deseo. Yo tocaba, lamía, comía, sorbía.. bebía entera a aquella mujer. Ella se dejaba y disfrutaba, emitiendo gemidos de placer que me animaban y excitaban. Ella me tocaba, me acariciaba, me animaba. Quería que aquel encuentro se quedara para siempre. Salimos de la ducha abrazadas. Yo la sequé a ella y ella me secó a mí en nuestro afán por priorizar el deseo. Aquella mujer me fascinaba y acababa de hacer el amor con ella. No podía ser más feliz. Pasamos la mañana juntas. Desayunamos en el hotel y, después, recogimos nuestras cosas ayudándonos la una a la otra. Cada vez que nos cruzábamos, nos besábamos, nos tocábamos. Hacíamos gala de lo que había ocurrido en la cama. Nos quisimos hasta decir basta. Escucha este episodio completo [https://go.ivoox.com/rf/113811809] y accede a todo el contenido exclusivo de Diario de una Amazona (con Celia Blanco @latanace). Descubre antes que nadie los nuevos episodios, y participa en la comunidad exclusiva de oyentes en https://go.ivoox.com/sq/1765797 [https://go.ivoox.com/sq/1765797]
07 ago 2023 - 25 min

Audiolibros populares

Muy buenos Podcasts , entretenido y con historias educativas y divertidas depende de lo que cada uno busque. Yo lo suelo usar en el trabajo ya que estoy muchas horas y necesito cancelar el ruido de al rededor , Auriculares y a disfrutar ..!!
Fantástica aplicación. Yo solo uso los podcast. Por un precio módico los tienes variados y cada vez más.
Me encanta la app, concentra los mejores podcast y bueno ya era ora de pagarles a todos estos creadores de contenido

Disponible en todas partes

¡Escucha Podimo en tu móvil, tablet, ordenador o coche!

Un universo de entretenimiento en audio

Miles de podcast y audiolibros exclusivos

Sin anuncios

No pierdas tiempo escuchando anuncios cuando escuches los contenidos de Podimo.

Otros podcasts exclusivos

Audiolibros populares